Hemos vivido en la mentira. Más que en la mentira en una ilusión. Los medios de información nos machacan que "tenemos que razonar el voto". Si de veras lo razonaramos llegaríamos a la conclusión de siempre: o votamos por quien siempre hemos votado, o nos negamos a hacerlo o lo echamos al azar.
No votas concientemente, votas emotivamente.
Te decides por un candidato o partido por la manera en que te presentaron su imagen.
Las propuestas siempre son las mismas y te atraen en la medida en que ya tienes una preferencia preconcebida: eres de derechas o de izquierdas. Punto. Eres indeciso y votarás "por quien te lata" una vez estando sobre la boleta. Punto.
Jamás podrás convencer a un Puma de volverse Águila.
Jamás podrás "convencer" a un indeciso si de veras indeciso es.
Le llegas por imagen.
Si votas en contra del partido que siempre te gustó lo harás por venganza, no por argumentos, ni razonamientos.
Algo más: siempre ganará quien se muestre ecuánime, tranquilo y propósitivo. Sobre todo si tiene estructura y recursos económicos.
Los opuestos siempre se quedarán en sus esquinas, en sus extremos. Por ello las fragmentaciones al final vienen de una división entre dos: izquierda y derecha.
¿Quién es el centro? ¿Quién sigue siendo percibido así?
Por supuesto que en política tiene que ver mucho la estructura, la capacidad de movilización, los recursos para comprar votantes con regalos.
Pero en escencia: venden más las campañas que le dan una esperanza al ciudadano.
Las campañas de ataque solo se nulifican entre sí.
1) Aportan recordación de marca. De uno y otro partido.
2) La percepción negativa solo se ahonda en quienes ya están en contra de unos y otros.
3) Es muy difícil que una campaña de ataque "haga decidir" al indeciso. Al contrario, lo espanta. Y por ello, sus votos son producto del azar o del resentimiento, no de un proceso de reflexión.
Al final, es ruido.
Las campañas políticas son simple y llanamente comercio. Comercio y ruido.
Por ahora es imposible librarse de ellas, antes que nada porque, bien o mal, son una expresión democrática.
Pero les otorgamos demasiada importancia en nuestro fuero interno: nos lastiman, nos enojan, queremos convencer al otro, todos creemos tener la razón...
Por ello, los porcentajes siempre son proporcionales: los que votan izquierda lo seguirán haciendo, los de derecha igual. Los enojados y los indecisos lo harán al azar o por arrebato.
No existe como tal el voto "razonado".
Además porque las promesas son generales siempre, son las mismas y nunca estan amarradas con la obligación de cumplirlas.
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Eres un lunático con pensamiento, GRACIAS.