Desde la LUna

Tu planeta llamado Tierra (¿por qué no le pusieron Agua?) se ve de la siguiente manera...bienvenid@

Monday, September 30, 2013

La novela en llamas



Arrojar manuscritos a las llamas es parte del proceso. Varias aproximaciones, a veces llegas a las mil cuartillas o mínimo las 500, para releer las garrapatas y percatarte de que no va por ahí o no estás consiguiendo la textura o la atmósfera que te propusiste en un inicio lograr con una nueva obra.

Escribir se te da si tienes la capacidad y los conocimientos. Lo díficil se presenta cuando deseas explorar otras maneras de abordar tu propia escritura. Es el reto de derribar las barreras que inevitablemente tenías que levantar en lo escrito anteriormente. Porque se necesitan límites. Si una novela no tiene fronteras se torna un viaje sin sentido, se cae en la divagación, en lo confuso. Y una novela puede exigírle más al lector pero no significa que sea incoherente. Se debe leer sin que se noten los materiales con que fue construído ese cuerpo literario. Es como en la pintura, si al ver el cuadro notas más los trazos y el pase de los pinceles no lo lograste. La pintura debe de presentarse ante ti como un todo, como un ente sorpresivo, debe transmitir "algo", no la pericia con la que logró un rostro o sus claroscuros. Eso viene después. Es como las canciones: tú la oyes y te llega. Luego la analízas e intentas descifrar cómo lo hizo el artista.

Cada escritor se impone sus reglas para escribir un libro o toda su obra. Previo a la composición de un nuevo libro está el definir el tono, el ritmo, quizá el número de cuartillas. 

Investigar lo más posible sobre el tema, los lugares, los personajes; pero que no se refleje en la novela como un estudio académico. La novela tiene que entretener. No es un ensayo ni una investigación ciéntifica, ni un panfleto político. La novela, como la poesía, se debe al lenguaje.

Naturalmente los temas son los de un tiempo definido que pulsó y afectó a la humanidad en su suceder. Es inevitable abordar los asuntos que nos acontecen hoy en día si se quiere ser un escritor de su tiempo. Pero su escritura debe aspirar a ser clásica, en el sentido de ser atemporal. Novelas demasiado arraigadas a una moda sin tomar en cuenta la calidad del lenguaje tienen más posibilidades de morir más pronto. Primero es el lenguaje, el cómo se escribió lo que se escribió.

No falta nunca la avalancha de novelas o poemas "de protesta". Tienen mayor atención del público porque, con o sin su buena intensión, son moda y son "convenientes", pero rara vez la calidad de su composición prevalece. Al mismo Neruda le pasó cuando antepuso la protesta a la poesía en sus poemas. A veces es necesario, pero hay que estar conciente de ello.

Las razones por las cuales arrojé a las llamas mi última novela fueron, entre otras cosas, las siguientes:

* No me pareció de calidad el tono de algunos pasajes en los cuales los personajes "hablan como se habla en la calle" con el florilegio de improperios. No porque no use groserías, sino que sentí un abuso de ello y no le vi sentido desde el punto de vista literario. En otras palabras, para mí, el abuso de los improperios en una obra que pretende ser literaria denota una incapacidad para expresar esos sentimientos de manera elevada y precisa: eso es el lenguaje literario. Tomando en cuenta que debe ser claro, inteligible y con el tono del personaje.

* Me di cuenta que estaba repitiendo la misma manera de componer ejercitada en mi primera novela, Velouria. A pesar de que 13 novelas separan a la primera de esta nueva, probablemente el tema me condujo a ello. Se me hizo una señal de pereza continuar por una senda que ya caminé, con razón escribía con mayor velocidad. Me he comprometido a abordar de distinta manera la composición de un libro o de algún grupo de ellos, por el solo hecho de que pienso la literatura debe ser para el autor también un viaje a lo desconocido con las herramientas bien dispuestas a mano. 

*El hecho de desechar lo que tenía de la última novela sin duda ayuda pues te despejas de la inercia de "escribir como tal o cual", te ayuda a que te fijes en los errores y vicios que todo escritor tiene, para valorarlos y dejar algunos vivos (a lo mejor a eso le llaman El estilo los críticos) y corregir la mayoría.

*Cómo tiene razón Borges cuando dice que la escritura de un libro es más las sucesivas correcciones.

*También me alejo de la pantalla o autoobstáculo de decir que "arrojé a las llamas un libro" porque aspiro a la perfección, bla, bla, bla, Tal vez aspiremos a ella, pero hay que saber que no se logrará jamás la perfección y que esta es imperfecta. El devenir humano es maravilloso, aterrorizante, misterioso y parte de esa fascinación es el no ser perfecta. Que no significa no escribir bien.

*Trato de huir de ciertas construcciones verbales que están ahorita muy en boga. No porque no me gusten, sino porque mi personal misión autoimpuesta es la de contar las cosas de otra manera. Intentarlo. Esforzarse en ello. De una manera inteligente pero también grata. Que el lector que ama la literatura sienta esa delicia que es saborear un libro bien escrito, contando la misma historia que han contado todos los libros desde el inicio, pero de una manera original: auténtica.

*Apuesto mucho a la sinceridad en mis escritos. Me gusta mucho novelar pero no construir artificios. Todo lo que yo he escrito lo he vivido de una manera u otra. Este ingrediente lo mezclo con la imaginación. Su combinación produce libros que a mí me han gustado mucho.

(continuará)






Sunday, September 29, 2013

El otro lado de la inmortalidad: entre Murakami y otros autores de papel


Un hombre escribe. Quiere ser escritor. Hay quienes afirman que para ser escritor alguien tiene que otorgarte ese título. Puede ser, si lo que también se desea es tener fama o reconocimiento. Pero el escritor es quien escribe, bien o mal, pero escribe y deja como testimonio volúmenes en papel o electrónicos en donde quizá un espíritu aventurero podría adentrarse y verificar hasta que profundidades llega, si es interesante, si es un escritor para su casa o un autor del que bien vale la pena compartir sus hallazgos en las arqueologías del lenguaje.

Mi primer objetivo al decidirme ser escritor fue y ha sido escribir maravillosamente. Que mis volúmenes pudiesen estar en una bibilioteca al lado de Fuentes, de Paz, de Vargas Llosa, de Boullosa, sin pena pero con esa gloria. 

Es cierto que el ego alimenta en mucho la maquinaria del escritor, si no quieres ser grande, si no aspiras a la grandeza no tienes uno de los ingredientes para ser un gran escritor. 

Uno podrá decir misa, pero las piezas se presentan, se leen y sola la obra, sin explicaciones del autor ni de nadie, será valiosa o una basura.

Desde que existe la rueda del publicar; la editorial, los críticos, los editores y los autores, es costumbre que las casas apoyen con textos mayormente grandilocuentes, a veces rayando en el paroxismo, las supremas cualidades de algún autos. Hay que vender. No tiene nada de malo. Hoy en día la mayoría de las casas editoriales más famosas sacan el máximo de jugo a sus autores. Y estos reciben a cambio la paga de la fama, efímera o restringida. La obra del autor pasará a la posteridad cuando la posteridad lo decida.

Yo decidí ser escritor reconocido porque huyo de ese grupo de fracasados que se sientan en la Condesa, bajo el disfraz del genio incomprendido, a quejarse sobre el mercantilismo de quienes venden libros, de los trucos en las editoriales para favorecer solo a sus recomendados. En parte es cierto. Pero esta realidad no solo permea al mundo editorial.

Yo decidí darme un espacio para enviar mis manuscritos a estas casas por obligación. El escritor que siente tiene con qué decir algo al mundo, presume que podría ser tan grande como Mishima, tiene que apostarse: A ver, ándale, manda tus escritos al matadero.

Yo no tengo duda de la calidad de mi material. Pero también estoy muy consciente de sus numerosas faltas y de que aún no llego al pináculo de lo que para mí sería la perfección de mi arte, sea lo que signifique lo perfecto.

Tampoco hablo por hablar. En mi vida dos personalidades respetadas elogiaron mi trabajo, me dieron consejos. Lo valoré muchísimo, porque para mí era un tormento de joven eso. Yo quería que alguien reconocido me dijera: no sirves, hijo, haz otra cosa. Y no.

Yo no soy bueno para las relaciones personales. No tengo muchos amigos, tengo un par. No tengo conocidos, no acudo a fiestas, no "me sé relacionar". Y también cierto es que en este mundo todo se logra mediante relaciones. No puedo fingir. Cuando me aproximo a alguien es por admiración, por cariño, por respeto y porque quiero aprender algo, pero si yo tratase de acercarme a un escritor reconocido con la sola intensión de que me ayudase a publicar, no podría, se me caería el teatro, se me hace una falta de respeto (a lo mejor no lo es) pero estas son de las cosas que se me han quedado muy arraigadas desde niño y gracias a mi madre...y después al budismo, que me ayudó en otra de las varias etapas durísimas de mi vida. Yo me acerco con las manos abiertas. Yo solo atisbo y siento, y sé, que alguien un día verá y dirá, oye, deberías de publicar.

Esto me ha sucedido varias veces en mi vida. Así que tampoco puedo considerarme un fracaso por "no ser famoso". El hecho de que gente seria en este rubro lo comente sin presiones de ninguna índole (no tienen por qué quedar bien conmigo), es motivador.

Pero no concibo mi vida ni mis días al estar obsesionado porque me publiquen. No veo así esto. Punto. Si la gente lo cree o no, pues que piensen lo que quieran.

La última persona con quien he tenido un intermitente contacto es para mí una de las figuras más altas de la literatura hoy en día. Para mí y para el extranjero. Yo veo a esta figura como nuestro siguiente Premio Nobel de Literatura sin chistar.

He vivido, comprobado y sufrido en carne propia la inevitable muerte de una novela que no tenía la calidad que se buscaba. He matado varias veces mis libros hasta que surge al final, no el perfecto, pero sí el que menos se acerca al bote de basura.

Y es que no lo digo para adornarme, lo digo en serio, ¿a quién le hablo ahorita? ¿Con quién me estaría justificando si soy yo el único que lee esto? Me importa mucho ser sincero conmigo mismo, lo más que pueda, engañarme lo menos posible, con respecto a mi trabajo que me atrevo a llamar literario. Ser sincero: no permanecer entre las humaredas del ego barato teniendo pena de uno mismo diciendo: yo soy el escritor que el mundo aguarda pero nadie me comprende. Habemos miles así. Sí, me incluyo. Para después levantarme y continuar. No es bonito tirarse al suelo, no es ejemplar lloriquear la desgracia, cuando sabemos que elegido este oficio lo más probable es que permanezca anónimo.

Yo dedico más tiempo a investigar, a ir moldeando los personajes, a que la trama sea interesante para mí, pero también, por qué no, para algún posible lector allá afuera. 

Yo no escribo para mí. Si por mi fuera dejaría de hacerlo para vivir en paz. Es una fuerza ajena a uno la que le impele a arrastrarse al escritorio y escribir.

Es mejor leer. Me gusta mucho leer a los nuevos autores. He descubierto escritores mexicanos que podrían ser la esperanza de una renovada literatura en México. 

Además, tengo mis montañas y siempre las tengo presentes. Podría afirmar que me encuentro en sus faldas intentanto escalarlas. No soy estúpido y sé que yo no soy el adecuado para juzgar si llegaré a esas cimas. Siempre me digo: si lo leyese Borges, si le echara un ojo Hermann Broch, ¿le sería legible? Ya con eso. 

El que yo le comparta a un autor una obra mía es un acto de desnudez total. Quién sabe si el autor lo vea así, pero para mí es de entrega total. Te abres, confías, honras. Porque para mí es un homenaje compartir algún pobre escrito. Pero, no me quedo tranquilo, me apena muchísimo, de verdad, porque me pregunto: ¿Cómo molesto a este escritor con mis garabatos cuando esta figura es superior y su valioso tiempo está dedicado a componer ese siguiente gran libro? La verdad esto me ha detenido muchas veces. 

Opuesto a ello, yo mismo me digo: bueno, si uno no lo hace, ¿quién podría descubrirte? Lo hago pero se que posteriormente entraré en una etapa depresiva de días o semanas. 

Supongo que es el precio por continuar en el camino de "lograr lo que uno anhela". 
Todos tenemos dentro ese germen de inmortalidad.
Todos deseamos ser queridos, reconocidos. Es humano y es normal.

Reconozco que a veces sí me siento mucho. Confieso que también soy de los escritores desconocidos que se cree un gran escritor. Pero luego me doy mi par de bofetadas.

Ahora, tengo una certeza: no soy un mal escritor. 

La motivación que me despierta de vez en vez para intentar publicar en alguna casa reconocida (porque yo publico por mi cuenta mi obra) es Sanborns. Particularmente la sección de libros de Sanborns: las apabullantes montañas de basura que llaman libros, la insoportable selva de estantes llenos de "maravillosos autores revelación", esa, esa es mi más grande motivación.

El que a un Murakami le monte su casa editorial tal campaña publicitaria como "posible candidato al Nobel" (yo sigo necio en que es una mentira gigantesca), sus solapas de elogios que sí, te mueven a querer leerlo pero que al pasar tres páginas quieres que te devuelvan el dinero a punta de pistola, ese tipo de autores me motiva mucho.

Una nota sobre Murakami: Tiene muy buenas ideas de libros. Buenísimas. Por eso sus solapas son tan interesantes (no sé si él mismo las redacta porque hay una distancia tan grande entre estas y el texto ya dentro...), el problema de Murakami es que no las aterriza con ese mismo impacto con que redacta su sinopsis. Los temas son interesantes, su desarrollo pobre. Y justamente lo que interesa, el reto, es el desarrollo, es ese bonche de hojas que están entre las solapas. Murakami es un escritor mediano con mucha suerte. 
Aclaro que no es coraje ni envidia, en serio, es un punto de vista objetivo y una realidad del mercado actual literario. Para referencias, para argumentar con más peso mi comentario baste leer a Kenzaburo Oe, japonés también, pero este sí un gran escritor. Quien, por cierto, recibió el Nobel ya. No menciono a otros dos escritores japoneses que son montañas inaccesibles para Murakami. No los menciono porque sería una falta de respeto para ellos.
Ahora, felicidades a Murakami, qué buena onda que lo apoyaron y que todos ya se la creyeron que es el más grande escritor hoy en día. 

Si es así, gracias de mi parte también a Murakami porque entonces yo me siento Hermann Broch.

Ten cuidado si anhelas la inmortalidad a toda costa: yo no quiero la de Murakami. 






Saturday, September 28, 2013

Coda: al cuento verdadero sobre la inmortalidad


Verdad es que no hay más remedio que escribir. Mas si ya se está en ello es imperativo esforzarse por hacerlo bien. Hoy en día está en boga el "estilo de escribir como se habla" incluidos improperios al por mayor. No soy ajeno a ello, pero en la que iba a ser la novela más reciente (ahora consumiéndose en el fuego de lo mediocre), la cantidad de groserías y alusiones sexuales era tan directa que rayaba en lo vulgar. 

Escribir tal cual, escribir con improperios al por mayor, más que un acto atrevido o desenfadado me parece un signo de pereza, pues equivale a vomitar sin más lo que se tiene dentro. No digo que no deba existir. Hay quienes prueban hasta ahí sus límites literarios y salen avante con algo legible, pero dudo si perdurable. Es un recurso efectista.

Esa fue una de las razones por las que la novela más reciente murió por tercera vez. Es parte del proceso. Es frustrante. Es aleccionador. Es un signo de humildad si se hace con sinceridad. Es una imposición de una calidad que a su vez no debe estar cubierta por el paño de la dichosa perfección. La perfección no existe y no creo que sea una meta a conseguir. Existen sí las obras bien escritas, que en un golpe de entusiasmo bien llamamos perfectas, maestras vendría más al punto. Nos dejan algo. Y nos dejan con las imágenes, los pasajes reverberando en nuestros cerebros. Una obra tiene que dejar algo. No aprendizaje, no necesariamente moraleja...algo. Eso que te regala una instantánea de lo enigmático y sorprendente que es el género humano.

Lo más seguro es que la novela renazca de las cenizas porque aunque uno no quiera hay libros que obligan a ser escritos, tal vez para quedar arrumbados en la biblioteca personal del olvido, pero tienen que dejar su lección, tiene uno que dejar que se manifieste la presencia, uno es instrumento del lenguaje, no al revés. 

La inmortalidad solo es mientras existe vida. La inmortalidad la pueden vislumbrar los vivos. Lo muerto no tiene inmortalidad porque mortal es y fue. En la nada de la noche eterna nadie se acordará de nadie, todo es un sensación de un todo infinito. La inmortalidad existe como anhelo mientras existen seres humanos que la acarician o que la envidian. Pero la inmortalidad muere también. Y quien se desvive en vida por ser inmortal juega a perder desde el inicio porque tan solo constituye un signo de superfluidad. Si queda algo será la obra. Pero alguien vivo tiene que leerla. 



Un cuento verdadero sobre la inmortalidad parte 2



Escribir sobre cómo quitarse la vida o quitarse de en medio de la vida podría integrar un volumen grueso. Probablemente compuesto de epigramas, de suspiros, como acertadamente hizo Cioran. Y él mismo expresa que el tener el fantasma del suicidio acompañándolo le había disuadido de llevar a cabo el acto final de la voluntad personal. Parafraseo: no recuerdo que haya dicho Cioran que el suicido es el acto final de la voluntad personal, no tan erráticamente escrito pero se intuye al leerlo.

Mientras todo el mundo pasa sus días esmerado ya inconscientemente en la desesperada búsqueda de la distracción, yo tengo la conciencia inevitable de ir contra reloj. Siento que el tiempo se me acaba y ello me conduce a sufrir momentos tormentosos de depresión al atestiguar mi propio fracaso en eso que no sé por qué había denominado mi misión. La misión de ser escritor, el anhelo de ser poeta. No lo soy.

No soy escritor ni poeta no porque escriba mal (aunque conciente estoy de que mucho me falta para escribir como se debe, escribir de tal modo que no sonrojase a un Borges, a un Danilo Kis o a un Yukio Mishima), sino porque soy anónimo, soy el perfecto desconocido, el invisible.

El escritor que es reconocido como escritor es aquel que publica en casas editoriales "conocidas", sin importar el prestigio de estas. El chiste es que te publiquen, que otros escriban en la solapa que eres escritor y luego hagan una apología de lo reveladora que es tu escritura o, en estos tiempos, polémica o escandalosa.

Hay autores que han dictado sus dispersiones, estructuradas por otro que se supone puede redactar medianamente, y es coronado escritor. Estos son los autores que venden miles de ejemplares sin que ellos mismos hayan pasado por el tan sonado via crucis de escribir. 

El invisible no sabe si ser escritor es un anhelo o una maldición. El invisible es el apartado. El que yo tenga escritos varios libros, el que yo me presentase como escritor o poeta no genera ningún pasmo en quien oye, pero sí muchas veces una mirada que asemeja la de la conmiseración, el más triste e incómodo sentimiento.

¿Por qué me he embarcado por años a esto que no tiene realmente ninguna utilidad? ¿Por qué le doy vueltas por meses, a veces años, a un escrito para intentar hallar el camino menos transitado pero respetando aquellos abiertos por las cadenas montañosas que conforman nuestros autores admirados, en mi caso: Thomas Mann, Maugham Somerset o Rimbaud?

¿Para qué este acto que luego de años de indiferencia exterior, de indiferencia por los mismos que se supone leen, las editoriales y el número ya incontable de editores y otros, que no muestran el mínimo interés en hallar algún manuscrito que "tenga algo que decir"?

La tortura del invisible, del escritor que escribe libros pero que no lo es porque no existe, porque no publica en casas conocidas, también peca de soberbia: tú sientes, a veces con toda honestidad, que sí tienes algo que aportar, aunque siempre el aporte de cualquier literatura sea insignificante al lado de una avalancha de entretenciones que captan más la atención de aquellos que él consideraría posibles lectores.

Los editores leen y hacen loas de sus amigos. Alguna vez alguien desconocido entra al filtro porque alguien lo recomendó. Esto no lo juzgo mal, pues muchos felices descubrimientos han venido no de manos de los editores (ya encerrados en un trabajo mecánico, desvelado, cansado, burocrático) sino de otros escritores.

Estos escritores son una rara gema pues tienen la cualidad doble de estar muy seguros de su propia valía  literaria, tal que les impide sentir recelos o envidias del escritor, no digamos joven porque igual y no, sino desconocido, fantasma; y porque tienen la loca acción de ofrecer  la flor de la generosidad.

Este escrito es francamente patético. Escribirlo me apena. Porque he aprendido que no es un acto valeroso. Quejarse solo revela la fragilidad y la frustración, se expone a capa abierta la incapacidad de lograr lo que se anhela o se debería lograr. Pero, con la pena, es el antídoto para no tomar el revolver que reposa a un lado de mi computadora.

Hubo alguien, uno de esos ángeles lejanos que de pronto aparecen, que me envió un mensaje diciendo: continúa nadando. Sus palabras hicieron crecer un pequeño manojo de verdor en mi oscuridad.

Hace poco, otro alguien, a quien yo tenía como la única que realmente creía en mí y aguardaba no ese libro autopublicado (pues que criterio puede tener uno, que autoridad, que atrevimiento, que descaro puede tener uno para autopublicarse, eso no vale en este mundo, eso no te hace escritor), sino ese que detrás trajera el logotipo de la editorial conocida y por supuesto el precio, me dijo, siempre sin mirarme, viendo hacia no sé que punto de la nada en el café donde nos reunimos por un par de horas, luego de que ella se dedicó a hablar sobre ella misma, tal vez por nerviosismo, ella que yo tenía como mi única aliada me dijo: Tú no quieres ser escritor, ya hubieras ido a las editorales, ya le hubieras hablado a otro escritor. 

Como si uno tuviese que estar acosando para que sea uno publicado, ¿tiene sentido? Para mí no. Por supuesto que de tanto en tanto llevaba a cabo el insufrible trance de enviar manuscritos a concursos y tal, todo lo que se pueda imaginar; pero no está dentro de mí el insistir, el molestar a los demás. 

Por otra parte, ¿tiene la obligación el otro de ponerte atención, de leerte? ¿Qué gana? Porque hoy en día todo se trata de ganar. No la tiene. Nadie la tiene. 

Así que el desierto te derrite y el sol es insoportable, como los días.

El que ella no confiara en mí me devastó. El momento grato que viví nada más mirándola, escuchándola (yo no tuve tiempo de hablar más que al final y casi casi justificándome por no ser un "escritor exitoso"), me devastó. Por lo menos alguien creía en mí. 

Escrito y leído esto, puedo celebrar que nadie lo lea. Puedo agradecer que pueda redactar pobremente este texto al vuelo, para desahogarme, porque me estoy asfixiando: ya no quiero escribir, ya no quiero saber nada de estar alejado de todos en mi estúpida tarea. Me siento mal de haber abandonado un empleo muy bien remunerado, los premios publicitarios (logros que sí tuve y que no siento como logros), me siento vano, estúpido por haber creído que tenía "algo que decir", por atreverme a compararme con Conrad, con Dostoievsky, ¡qué idiota se oye todo esto! ¡Todo lo que he escrito aquí y en los supuestos libros que son nada, son eso: nada. Y son algo serían una nada de heces. Porque uno no se puede engañar (bueno, si se puede pero aquí ya no): uno quiere lo que todo mundo quiere: ser admirado.

Qué vano.
Qué mal estaba yo.

Y pareciera que todo esto me lo ha dictado el arma que reposa, fría, paciente, burlona, al lado de mi computadora. Su ojo único me mira desde las profundidades de su negrura, donde me aguarda la que podria ser la única solución sensata.



Friday, September 27, 2013

Un cuento verdadero sobre la inmortalidad



Confieso que desde mi adolescencia la tentación del suicidio me ha acompañado. Esa sombra que han dicho es la muerte que aguarda hasta el momento propicio para actuar, en mi caso ha jugueteado conmigo incesantemente. No atribuyo a cobardía el hecho de que no haya concretado hasta el día de hoy mi destino, pues cada suceso desafortunado que me continúa ocurriendo clamaría que me he tardado demasiado, sino una esperanza estúpida en que las cosas mejorarán, que dejaré de ser un fantasma de mí mismo. Una aparición mas no apariencia que me vuelva visible para todos. Es patético reconocer que me importa lo que piensen los demás. Y en mi defensa debo decir que a todos nos importa lo que piensen los demás, de lo contrario no anhelaríamos reconocimiento o éxito. Supongo que van de la mano, que se intersectan en un momento. Después, puede que te abraces del reconocimiento obtenido aunque el éxito se desvanezca. 

¿Fama o prestigio? Toda mi vida he apostado a lo segundo. El saber que existes para un grupo de personajes que tú consideras de cierta autoridad en el campo en el que tú te sientes competente, es para mí importante. Se nota que estoy siendo sincero, penosamente sincero. Pero ya dejé sobre la mesa mi argumento de descargo.

En la adolescencia por el mismo trance que implica esa época que para mí no fue en ningún sentido grata, la ronda de la muerte parece normal. Comenzamos a cobrar conciencia del mundo, de la fatalidad de estar vivo, de que estamos obligados por el entorno social, comenzando por la madre, a ser exitosos, a ostentar logros, cumplir metas. Nos comenzamos a dar cuenta de la terrible contradicción que es vivir, teniendo como única acompañante la sombra de la muerte. Hay inconformidad.

La madurez tal vez sea la conformidad. Lo que se logró logrado está. Pero algo se logró. No hay mañana porque ese pertenece a los hijos o a la batalla final que es y será combatir a la pareja que alguna vez adoraste. Si no se tiene ello podría uno considerarse el ser más feliz del planeta. Pero si no se ha logrado nada, si no se siente que se ha logrado nada, entonces eres un trabajo no terminado, eres inconcluso y nadie nos podemos permitir eso. El fracaso más rotundo es lo inconcluso.

El terminar con mi vida está aún vigente. Lo he pensado en verdad. Y es complicado suicidarte. Tanto que llegas a bordear escenarios cómicos: no quieres dejar un cuerpo batido para que tenga la pena, vergüenza y dolor tu hermana de reconocerlo. 

Hacerte de un revolver es la parte más sencilla, jalar el gatillo no es tan difícil. Pensar en cómo te va a encontrar, en este caso mi hermana, es lo difícil. 

Tengo la solución: irme. Irme lejos. En un par de ocasiones lo llevé a cabo. Bajo el camuflaje de acudir a un retiro espiritual, ver objetos voladores no identificados, sentir la presencia de almas vagando por los alrededores de una cabaña. Retirados de todo, en un poblado que se sabe no recibe bien a los güeritos de la ciudad. En la segunda ocasión, con mayor intensión de que sucediera algo, ofreciéndome como voluntario en una casa ubicada en Chiapas que se dedica a dar hospedaje a los migrantes que, con una voluntad suicida de hierro, viajan a salto de mata desde su natal Honduras o El Salvador con no el anhelo pero casi la obligación de cruzar la frontera hacia los Estados Unidos de América. Ahí viví momentos escalofriantes, pero no sucedió nada que pusiera en riesgo mi vida. Y es que la cuestión es que no intentaba ponerme de carne de cañón o convertirme en víctima. Quería enfrentar, quería tener un momento de locura aparentemente heróica y en un intercambio de fuego recibir el tiro fulminante. Un poco como aquellos que con este mismo deseo se enrolaban en el ejército: bandidos, criminales y estúpidos idealistas con el corazón roto por la vida.

Siento que después de los cuarenta, si no has logrado nada, es tiempo de deshacerte de tus cosas y comenzar la danza de las despedidas. Dejando notas como esta. Absurdas, que mueven a la lástima. 

Y es aquí donde reacciono cada vez que medito mi retirada del mundo por la puerta difícil, la del extremo de la voluntad propia: no puedo irme de aquí sintiendo lástima de mí. No sería honroso, no sería justo para mí, aunque sienta que el mundo ha sido injusto y en momentos cruel conmigo desde mi infancia. No sería lo correcto. Incluso el acto suicida sería una tontería porque no se ha logrado nada. Pienso que el acto suicida debe de ocurrir justo después de un acto verdaderamente desgarrador, entregado, en el que se jugaron todas las cartas y se siente, ahora sí, que ya no vienen más oportunidades. En mi caso siempre me ha salvado la culminación de un nuevo libro. Pero esta vez es diferente: tampoco le veo ya el caso. 

Así que, quizá, el momento ha llegado. 

(continuará)