Desde la LUna

Tu planeta llamado Tierra (¿por qué no le pusieron Agua?) se ve de la siguiente manera...bienvenid@

Saturday, September 28, 2013

Un cuento verdadero sobre la inmortalidad parte 2



Escribir sobre cómo quitarse la vida o quitarse de en medio de la vida podría integrar un volumen grueso. Probablemente compuesto de epigramas, de suspiros, como acertadamente hizo Cioran. Y él mismo expresa que el tener el fantasma del suicidio acompañándolo le había disuadido de llevar a cabo el acto final de la voluntad personal. Parafraseo: no recuerdo que haya dicho Cioran que el suicido es el acto final de la voluntad personal, no tan erráticamente escrito pero se intuye al leerlo.

Mientras todo el mundo pasa sus días esmerado ya inconscientemente en la desesperada búsqueda de la distracción, yo tengo la conciencia inevitable de ir contra reloj. Siento que el tiempo se me acaba y ello me conduce a sufrir momentos tormentosos de depresión al atestiguar mi propio fracaso en eso que no sé por qué había denominado mi misión. La misión de ser escritor, el anhelo de ser poeta. No lo soy.

No soy escritor ni poeta no porque escriba mal (aunque conciente estoy de que mucho me falta para escribir como se debe, escribir de tal modo que no sonrojase a un Borges, a un Danilo Kis o a un Yukio Mishima), sino porque soy anónimo, soy el perfecto desconocido, el invisible.

El escritor que es reconocido como escritor es aquel que publica en casas editoriales "conocidas", sin importar el prestigio de estas. El chiste es que te publiquen, que otros escriban en la solapa que eres escritor y luego hagan una apología de lo reveladora que es tu escritura o, en estos tiempos, polémica o escandalosa.

Hay autores que han dictado sus dispersiones, estructuradas por otro que se supone puede redactar medianamente, y es coronado escritor. Estos son los autores que venden miles de ejemplares sin que ellos mismos hayan pasado por el tan sonado via crucis de escribir. 

El invisible no sabe si ser escritor es un anhelo o una maldición. El invisible es el apartado. El que yo tenga escritos varios libros, el que yo me presentase como escritor o poeta no genera ningún pasmo en quien oye, pero sí muchas veces una mirada que asemeja la de la conmiseración, el más triste e incómodo sentimiento.

¿Por qué me he embarcado por años a esto que no tiene realmente ninguna utilidad? ¿Por qué le doy vueltas por meses, a veces años, a un escrito para intentar hallar el camino menos transitado pero respetando aquellos abiertos por las cadenas montañosas que conforman nuestros autores admirados, en mi caso: Thomas Mann, Maugham Somerset o Rimbaud?

¿Para qué este acto que luego de años de indiferencia exterior, de indiferencia por los mismos que se supone leen, las editoriales y el número ya incontable de editores y otros, que no muestran el mínimo interés en hallar algún manuscrito que "tenga algo que decir"?

La tortura del invisible, del escritor que escribe libros pero que no lo es porque no existe, porque no publica en casas conocidas, también peca de soberbia: tú sientes, a veces con toda honestidad, que sí tienes algo que aportar, aunque siempre el aporte de cualquier literatura sea insignificante al lado de una avalancha de entretenciones que captan más la atención de aquellos que él consideraría posibles lectores.

Los editores leen y hacen loas de sus amigos. Alguna vez alguien desconocido entra al filtro porque alguien lo recomendó. Esto no lo juzgo mal, pues muchos felices descubrimientos han venido no de manos de los editores (ya encerrados en un trabajo mecánico, desvelado, cansado, burocrático) sino de otros escritores.

Estos escritores son una rara gema pues tienen la cualidad doble de estar muy seguros de su propia valía  literaria, tal que les impide sentir recelos o envidias del escritor, no digamos joven porque igual y no, sino desconocido, fantasma; y porque tienen la loca acción de ofrecer  la flor de la generosidad.

Este escrito es francamente patético. Escribirlo me apena. Porque he aprendido que no es un acto valeroso. Quejarse solo revela la fragilidad y la frustración, se expone a capa abierta la incapacidad de lograr lo que se anhela o se debería lograr. Pero, con la pena, es el antídoto para no tomar el revolver que reposa a un lado de mi computadora.

Hubo alguien, uno de esos ángeles lejanos que de pronto aparecen, que me envió un mensaje diciendo: continúa nadando. Sus palabras hicieron crecer un pequeño manojo de verdor en mi oscuridad.

Hace poco, otro alguien, a quien yo tenía como la única que realmente creía en mí y aguardaba no ese libro autopublicado (pues que criterio puede tener uno, que autoridad, que atrevimiento, que descaro puede tener uno para autopublicarse, eso no vale en este mundo, eso no te hace escritor), sino ese que detrás trajera el logotipo de la editorial conocida y por supuesto el precio, me dijo, siempre sin mirarme, viendo hacia no sé que punto de la nada en el café donde nos reunimos por un par de horas, luego de que ella se dedicó a hablar sobre ella misma, tal vez por nerviosismo, ella que yo tenía como mi única aliada me dijo: Tú no quieres ser escritor, ya hubieras ido a las editorales, ya le hubieras hablado a otro escritor. 

Como si uno tuviese que estar acosando para que sea uno publicado, ¿tiene sentido? Para mí no. Por supuesto que de tanto en tanto llevaba a cabo el insufrible trance de enviar manuscritos a concursos y tal, todo lo que se pueda imaginar; pero no está dentro de mí el insistir, el molestar a los demás. 

Por otra parte, ¿tiene la obligación el otro de ponerte atención, de leerte? ¿Qué gana? Porque hoy en día todo se trata de ganar. No la tiene. Nadie la tiene. 

Así que el desierto te derrite y el sol es insoportable, como los días.

El que ella no confiara en mí me devastó. El momento grato que viví nada más mirándola, escuchándola (yo no tuve tiempo de hablar más que al final y casi casi justificándome por no ser un "escritor exitoso"), me devastó. Por lo menos alguien creía en mí. 

Escrito y leído esto, puedo celebrar que nadie lo lea. Puedo agradecer que pueda redactar pobremente este texto al vuelo, para desahogarme, porque me estoy asfixiando: ya no quiero escribir, ya no quiero saber nada de estar alejado de todos en mi estúpida tarea. Me siento mal de haber abandonado un empleo muy bien remunerado, los premios publicitarios (logros que sí tuve y que no siento como logros), me siento vano, estúpido por haber creído que tenía "algo que decir", por atreverme a compararme con Conrad, con Dostoievsky, ¡qué idiota se oye todo esto! ¡Todo lo que he escrito aquí y en los supuestos libros que son nada, son eso: nada. Y son algo serían una nada de heces. Porque uno no se puede engañar (bueno, si se puede pero aquí ya no): uno quiere lo que todo mundo quiere: ser admirado.

Qué vano.
Qué mal estaba yo.

Y pareciera que todo esto me lo ha dictado el arma que reposa, fría, paciente, burlona, al lado de mi computadora. Su ojo único me mira desde las profundidades de su negrura, donde me aguarda la que podria ser la única solución sensata.



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Eres un lunático con pensamiento, GRACIAS.