Si atendemos a lo escrito por Cela acerca de las tres clases de viajes, dos primeras previstas y la tercera, circunstancial: de altura, de cabotaje y de profundidad; pasando por su enumeración de aquellos escritores de viajes como Chateaubriand, con su itinerario de París a Jerusalén, su viaje a América o a la India, o de Azorín en sus Los Pueblos o Baroja mareándonos un tanto mas por la riqueza del menú; el viaje precisa de un requisito voluntario: la disposición.
El futurear con el viaje, las preparaciones previas, la de índole económica, burocrática y emocional, agregando una pizca o dos manojos de cultural, nos motivan. Son un vislumbre: hay una fecha resguardada en la cual nos encontraremos allí.
Por supuesto que hablamos de placer, de olvidarnos de nuestro mundano cotidiano para, en el general de las ocasiones, embadurnar la vista de edificios suntuosos, antiguos o ultramodernos, mirar emborronados rostros deambular (nunca tenemos real conciencia de que esos seres bípedos se dirigen a sus empleos con la talega de angustias, estas sí globalizadas).
Nos disponemos a mirar. A mirar y a caminar. Aquí sí no tenemos empacho en reconocer que se andará por horas. Porque se supone que el caminar es un disfrute y mirar un placer, "los privilegios de la vista" le tomaría prestado Paz a Góngora.
En fin, que se me pasa que esto es un blog y no una novela. Que la brevedad aquí, como ha resultado convertirse cada aspecto de nuestra existencia, apremia: si nos disponemos a lo plancentero, ¿por qué no hacia aquello que vemos como obligación?
Podría parecer una interrogante estúpida. Quizá, mas ¿no sería menos ingrato vislumbrar ese viaje tenido como obligado como una aventura? ¿Acomodar la disposición para hacernos ligera la carga?
En mis años andados resulta que he descubierto el hilo negro: son las obviedades las que contienen tal gramaje de sabiduría y ¿podría denominarle pragmatismo? que por ser obvias las pasamos por alto. Lo obvio se nos hace insulso a nosotros que no conformamos un dechado de profundidad reflexiva -ese apremio, esa carrera contra el tiempo, esta sí, la más insulsa e inútil de todas.
No tengo amigos. No es una queja ni me ha embotado la amargura. Esta temporada, sobre todo si se pone fría y nublada, me pone feliz, me reanima. A mí es el sol intenso el que me deprime y me empuja con cabeza gacha hasa la mazmorra adorable que llamo hogar.
Se supone que estos días uno debe pasarlo con los amigos. ¿Qué son los amigos? ¿Qué es la amistad? Hay alguien a quien envío una felicitación y siento como si primero sometiera mi mensaje a un escrutinio meticuloso para prevenir "peticiones". Sienten que se les va a pedir algo. Y luego de bastantes minutos ya responden con las frases de cajón. Yo también mando frases de cajón. Este año menos sentidas que en otros. No porque no les desee lo mejor a los conocidos que a veces por pena tengo que llamar amigos, sino porque simplemente no siento nada.
La amistad es algo muy extraño. Te llevas bien con alguien, de pronto, si sabes que puedes contar con él es tu amigo. Pero son raras las oportunidades para poner a prueba tal hipótesis, así que la amistad se torna anhelo también. No lo sé, esto habría que explorarlo más y no se a qué viene en esta entrada. Lo cierto es que el mismísimo Baudelaire exclamó, "¿Amistad? No se qué signifique eso...¡pero mire las nubes, allá, mire las maravillosas nubes!"
Esto tal vez se deba a que no convivo con mis llamados amigos. Yo tengo la conciencia, desde hace años ya, de que debía ser más gregario y aceptar las invitaciones. Pero se entrecruzaron los deseos y aquellos que alguna vez (hará diez años) se dignaron invitarme abandonaron el intento.
Y si ahora me invitasen me sentiría fuera de lugar. Como bien dicen las muchachas mexicanas, "no me hallo".
Así que no se culpa a nadie. Y quisiera, y me imgino que en una vida paralela me vi rodeado de amistades, todos bebiendo alrededor de un tocadiscos, escuchando vinilos de blues y soul, riendo, y luego ya en voces más bajas conversando sobre sueños y esperanzas. Me veo. Algún día.
No es nostalgia. Me acostumbré ya a este vivir.
Es inevitable no pensar que de alguna manera nos golpea esa ola de "unión familiar" que nos azota en los medios y en nuestra cultura aprendida (que la cultura siempre aprendida es).
Yo estaba dispuesto a visitar una casa este año. Estábamos. Pero al parecer las circunstancias no se dieron. La cuestión: quizá yo no sería recibido con los brazos abiertos. El cuento de que la familia de ella no ve con buenos ojos nuestra relación y el bostezo del etcétera.
No brincaba de entusiasmo por acudir. Estaba feliz de acudir de la mano de ella y por ella, que era quien más lo deseaba. Conocer a su abuela, hacerme presente y dejar de ser un fantasma, un demonio del que se narraron historias entre terroríficas y tristes, porque el prejuicio no es ingenioso.
Para mi fortuna, yo no me veía atravesando la puerta con rencor en la mirada y latiendo. Se me hizo un considerable regalo de año nuevo: has aprendido, diste otro pequeño paso para tu humanidad.
Lo iba a hacer por ella. Ella dijo que se aproximaría a su padre, el más calmo de temperamento, para dilucidar la posibilidad de quitar el velo y destronar a los demonios, también para sopesar qué tanto sería tolerable para su madre la presentación, aquí sí, todos, incluido yo, preocupados por las consecuencias que podrían desatarse (y bien sabemos todos las tormentas que se dejan caer en estas fechas con el alcohol y la zozobra de malestares individuales que trocan en recriminaciones hacia el otro o la otra...)
No sucedió. Hasta ahora no conozco las razones. Ingoro si ella lo pensó dos veces. Una parte de mí se siente mal porque no quiero desilusionarla en nada y solo busco que mantenga esa mirada despierta y contribuir a su felicidad. Otra parte de mí se sintió aliviada. No rehuyo el encuentro pues nos amamos y ella me ha abierto nuevas ventanas en mi ser con paisajes que no sabía yo que podría volver a disfrutar. Ella me ha mantenido a flote, en vuelo. Y no le platico mis penares, no le comparto que sí, que en efecto, aún no he podido exorcisar un espíritu aplastado en su tristeza de no haber logrado eso que había anhelado lograr. "Tonterías", me dice mi cabeza loca, "Pamplinas, ¿para que rayos quieres ser reconocido? Sería mejor que desistieras de sus andanzas literarias. Si no la has hecho es por algo. ¿Qué no te das cuenta? Te hace falta lo más importante."
Tonterías, me repito. El éxito es un sentimiento de cúspide creada por el mundo. No es necesario. No es importante. No existe el éxito ni el fracaso. ¿No? Me respondo. No me creo mi racionalización. Y una flama me sube desde lo más profundo de mi ser y arde y duele.
Pero esta la vida, esa es la vida, esta es. Y es un viaje.
Y me propongo, ahora que viene a cuento, proseguir, no se si en el que era mi anhelo mayor porque ya lo tengo por perdido, si no en vivir. Proseguir dispuesto.
Pongo mi disposición simplemente en las manos del destino o si hay un dios pues de él o ella (pronto comenzará a sonar el run run de que Dios no es hombre sino mujer, ya se bromea con ello cuando se ve la fotografía de una mujer que es prácticamente un imposible para la mayoría de los hombres), pongo mi disposición y quiero relajarme, quiero no angustiarme tanto al pensar que en este viaje poco he logrado de lo anhelado y más he regado errores, virado caminos, sin encontrar aquello que deseo. ¿Si se lograra vería el fin de mis tormentos? Quién sabe, no se puede saber, sobre todo si uno trae dentro un infame niño poseído por el mal, que se esmera y esmera con natural eficiencia en aguarme la fiesta siempre.
Me dispongo a continuar porque sí, hay cosas buenas, porque no hay de otra. Y porque, por lo menos, no se puede uno abandonar más.
Renunciando a persecuciones infructuosas, dejando (como lo he hecho los últimos meses) de escuchar las noticias de la radio (no tengo t.v.) ni leer los diarios. Ahí tal vez alguna vez al mes de pasada para comprobar que nada se ha movido de su lugar.
Ella me alumbra y con ella he aprendido de esta disposición pues soy receptivo. Me dedico a escucharla con mucho placer y alegría.
Me lee sus escritos, que son maravillosos. Me lee fragmentos de la novela que la tiene obsesionada ("Y el Asno vio al ángel" de Nick Cave).
O no solo me lee, me dice de memoria pasajes completos de Wilde o de algún otro héroe de su corazón diáfano y sabio.
Eso es ahora lo que me da respiro y bombea mi sangre.
Es su turno.