Escrito

Cuando todos quieren ser todo y hacer de todo, yo quisiera hacer nada o tan solo una nada, para que no se me tache de holgazán.
Hacer una cosa, una sola cosa bien y con amor. Sí, con amor. Con ese sentimiento tan ambigüo, tan indescifrable.
No pudieron salir, no pudieron salir las cosas. Por más que uno intente y continúe una gran valla se yergue enfrente y no deja, y no deja dejar.
No hay eco, no hay respuesta. Nadie siente el impulso de formular preguntar. La única que llegan a hacerse es "¿para qué?"
No hay eco si uno lanza un alarido.
No hay respuesta.

Todo mundo para sí mismo, cada uno alegando que hay que pensar en el mundo.
Los más egoístas se dedican a salvar, se dedican a los otros.
Pero no se dedican a los otros, se dedican a ellos mismos.
Un yo tan inmenso e insignificante que significa todo hoy en día.
Los roles intercambiados, los respetos traspasados.
No hay guías, no hay límites.
Todo esto es la obvia conclusión: es un desorden. Es un des.
Todo debe tener un fin.

Todo tiene un fin y no sabemos cuál es el fin.
No sabemos nuestros fines.
Nosotros mismos los tapamos, los cubrimos con apariencias tan fuertes como el cascarón de un huevo.

La verdad está ahí frente a nuestra cara y nos rehusamos a verla, la tenemos enfrente pero desviamos la vista.
La verdad nos pega alaridos con los actos, pero una palabra basta para condenarnos de nuevo.
No queremos salir del yugo.
No somos hechos para las alas.
No las tenemos.
No sabemos volar.
Solo nos gusta, pasivamente, hacer como que soñamos.



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