When you believe in things you don´t understand and you suffer/superstition ain´t the way- Stevie Wonder
Quien aprende mucho se olvida de todos los deseos que lo llevan a la violencia- Nietzstche
Tendemos a olvidar, o quizá no lo sabemos, que el hombre (el ser humano) siempre se haya a punto de la violencia.
De pronto nos explicamos en alguna cena que esto se debe a nuestro ser primitivo que nunca nos ha abandonado.
Sin embargo, nos escandalizamos (o aparentamos estarlo) cuando somos informados sobre algún acto calificado como de barbarie. ¿Por qué nos sorprende?
Quizá la solución podría abrirse si volviesemos a reconocer nuestra inherente naturaleza salvaje yaciente. No para justificarla gratuitamente, sino para no olvidar que esos códigos que llamamos costumbres, reglas sociales o de urbanidad, aquellos protocolos oficiales o ritos funerarios tienen su razón.
Las denostamos actualmente, las tachamos de insinceras, de hipócritas, pues se supone que hoy en día todos tenemos que desenmarcararnos y manifestarnos tal cual somos, hablar las cosas como son, decir lo que pensamos.
La realidad es que cada día nos encaminamos en pos de aquello que somos. Nadie sabe cabalmente qué o quién es. Hay atisbos. Siempre asaltan las dudas y estas buscan ser disipadas o mitigadas meditante el alcohol o el exceso en el consumo de almentos, generalmente procesados y de calidad pobre.
Los ritos tienen un fin: representar un proceso que conduzca a un fin saludable o inicio promisiorio.
El rito de las pompas fúnebres tiene como fin realizar esa representación para que los vivos puedan manejar y trascender de manera saludable la pérdida. El muerto muerto esta, es cierto. Y solo queda ahí su imagen detenida de esos otros ritos o representaciones que millones de seres humanos requieren para hacer más vivible o soportable la existencia: aquellos realcionados con la creencia en un ser superior.
Incluso si no se quiere creer en un dios, existe el otro dios (al final estamos condenados o bendecidos, como se quiera ver, en el casi eterno diálogo con Dios).
Con los rituales mitigamos la desesperación de no saber, de no tener certeza.
Existen teorías sobre el origen del universo, existen religiones que narran el origen del hombre. Hasta han vaticinado cómo terminará todo. Pero la realidad es que no tenemos certeza.
Si tuviesemos La certeza muchos problemas hubiesen sido resueltos y el constante oleaje del ser humano contra el ser humano quizá se calmara.
El Hombre (como se distingue en mayúsculas para referirnos a todo ser humano) no puede evitar conflictuarse y conflictuar.
El conflicto también es enigma. ¿Por qué razón peleamos? Porque no estamos de acuerdo. Porque dentro de nosotros quisiesemos que todos estuviesen de acuerdo con nosotros. Peleamos porque no podemos convencer de otro modo al otro. Peleamos para vencer.
Convencer es vencer.
Ese conflicto también se manifiesta en las dudas que provocan incontables noches de insomnios a quienes se empecinan en responder a esos por qués inefables:
¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿A dónde voy?
El Hombre es el eterno adolescente. Siempre se toca la herida para dolerse. Ya no, como quisiesemos, para recordarse que es humano y falible y mortal; si no para someter al otro, de palabra, obra u omisión, como una forma inconsciente de descargar su frustración de no saber, de no dominar el porvenir ni el origen.
Dominio. El ser humano vive por el dominio
Vive por él o muere o lo evade. Quienes tienen arraigada la enseñanza de la madre (de esas que ya no se ven mucho) de no atacar a los demás, de respetar al próximo; quienes estan atrapados en ese correcto ser sufren un conflicto al haber sido educados para rechazar la noción de dominio: No debes confrontar a los demás, no tienes por qué, no se debe dominar a los demás, no debes ganar.
Esto lo veo mucho en mi pueblo mexicano. Es como si nos hubiesen desconectado ese cable: no debes sentirte ganador ni serlo. Si lo evitas mejor. Vencer es malo, es pecado. Hay que sufrir estoicamente. Hay que ser estoico y aceptar el divino dictado. Si tu existencia es penuria se debe a que tu pecaste y debes someterte.
Pero hoy en día, ya cuando han transcurrido miles de años luego de que el Cristo pisara la Tierra, también podemos urgar un poco más dentro y aceptar que también el ser doliente y sufrido tiene sus ventajas.
Abjuramos del vecino del norte pero adoptamos sus manierismos de lenguaje como quizá sucedio en el porfiriato, en todo el mundo en ese tiempo cuando Francia era el centro del mundo. Todo el mundo quería, debía, era, irremediablemente, "afrancesado".
Yo recuerdo que los mexicanos jamás pronunciábamos "te amo" a nuestros hijos o padres. Mucho menos en voz alta y menos frente a extraños. Dirán que es locura mía pero ese cambio sucedió gracias o desgraciadamente a un programa de televisión llamado Big Brother. En él éramos testigos de abrazos entre hombres, besos en la mejilla entre hombres (cosa que antes jamás, jamás se veía), y "te amos" a los amigos, a los padres que veían el programa, a los hijos. Desde esos días, ahora los mexicanos pueden, podrían tener la libertad de expresar un "te amo" sin sentirse afeminados o débiles.
Las series de televisión y películas yankis nos enseñaron a ver a los padres que se encargan de los bebés, con todas sus dificultades, los pasean en la carreola rodeando el parque, dan la mamila. La cultura norteamericana nos enseñó a dirigirnos a los niños con un saludo: "Qué hay, ¡campeón!". Pero, contradictoriamente, queremos rechazar todo lo norteamericano.
Una cosa es sus nefastos gobiernos republicanos (dominantes, cerrados, quasi-fanáticos religiosos mas millonarios) nos causen la legítima repulsión (quisieran desaparecer a nuestros compatriotas de su país ignorando que son un soporte ya vital para su economía y diario andar) y otra es que tachemos con el mismo plumón a todos los norteamericanos.
La contradicción de los nacionalismos: creados, nacidos artificialmente, pues los países son una creación. Y sin embargo, a veces a nuestro pesar o nuestra alegría, necesarios. Pues serán una invención humana pero hay pueblos que han sido negados a habitar esas tierras que también sienten como propias. Con toda su arpillera de paradojas los países son necesarios y ningún pueblo debe ser negado a tener su propia tierra, su hogar. *La contradicción de los nacionalismos los abordaremos más tarde.
Delimitaciones, fronteras, clasificaciones, cajones: separaciones
Entre más clasifiquemos más nos separamos. La cuestión es que en ciertos casos esas líneas son necesarias. Porque el ser humano tiene y tendrá siempre la tendencia a "pasarse de la raya".
Clasificar es nombrar. Nombrar es necesario para darle orden a las cosas. Pero en esencia nada tiene nombre, todo es un conglomerado abigarrado, mezclado.
Nombrar clasifica, pone en orden, pero si no se ve con eso que llamamos criterio (cada vez más difuso) la clasificación troca en estigmatización, en discriminación. Resulta que alguien considera en ese orden de cosas que unos son superiores (generalmente el que se le ocurrió la gran idea) y otros son inferiores.
En el principio fue el Verbo: en el principio no estaba la nada. Primero fue la nada, luego el todo creado. Un todo creado inclasificado y engarapiñado. Después vino la designación de las cosas, y por eso la luz se llama luz y las tinieblas, tinieblas. Se separa lo que parece distinto, se separa para ser, para que cada cual conviva y se tenga propio y quizá único.
Lo que hemos nombrado es solo eso y es todo. Alguien, algún poderoso aburrido podría muy bien dictaminar que desde la fecha tal por cual las sillas ya no se llaman sillas sino mesas. Las mesas serán llamadas ventanas. Al principio, crearía hilaridad, confusión...y después...después todos aprenderían y estarían muy a gusto llamando a las sillas mesas y a las mesas ventanas.
Inevitablemente clasificar crea una separación: niega la igualdad
Y he aquí otra contradicción de nuestro tiempo. Implementable en un afán más político que social o humano (los políticos son expertos en desbaratar al lenguaje y violarlo como todo lo que llega a sus manos), las nuevas clasificaciones criminales como la de "Feminicidio" subrayan el hecho de que no solo matar es malo sino que matar a una mujer es peor. Lo paradójico es que en este mismo tiempo muestran un esmero casi enfermo para meternos en la cabeza que estan luchando para que "todos seamos iguales".
Al crear el término "Feminicidio" se separa el homicidio de cualquier hombre al de una mujer. Se infiere que matar a una mujer es más grave que a un hombre. ¿Será?
Bajo este principio de discriminación a la inversa no estaremos lejos de otra etiqueta, la de "infanticidio", que supone entonces ser peor que matar a un hombre y aún más denostable a una mujer.
Si quisiesemos comprender en dónde radica la superioridad de la mujer o su mayor importancia que la del hombre para tener su propia clasificación de muerte por homicidio, las razones no serían porque puede ser igual de talentosa, igual de profesional que un hombre, sino en sus cualidades biológicas y culturales (muchas de las cuales la mujer misma rechaza ahora):
Porque es mujer, porque la mujer es madre o lo será, porque "de ahi provenimos todos", porque la madre es la que nos cuida, nos alimenta, nos educa, nos protege, ve por nosotros. Y si nos ubicamos en México, un adicional: porque la virgen de Guadalupe (alter ego de la virgen María) es la madre de dios, de Jesús.
¿El siguiente paso será que entonces los hombres tengan que "luchar por sus derechos"?
Quizá. Pero falta que suceda un cúmulo de acciones antes. En primer lugar porque sigue siendo hecho de todos los días y una sí criminal costumbre el maltrato al que son sometidas millones de mujeres en el mundo (que la mujer lo permita o no, sería muy simplista y desconsiderado dilucidar en esta entrada).
Aún falta mucho para que la mujer sea, sin atisbo de duda, que puede emprender los mismos cargos de naturaleza intelectual (y muchos físicos) que un hombre.
Que gane lo mismo que un hombre en iguales circunstancias. Que sea respetada su presencia física en cualquier lugar.
Que se respete su decisión de ser o no madre. Incluso en la decisión del aborto, sobre el cual tengo una opinión que quizá no sea aplaudida por las feministas a ultranza, pero independientemente de ello, yo no soy mujer, y me queda claro que esa decisión final, corresponde a la mujer. Lo cual no implica que el hombre, la pareja o miembro de la familia no este presente y se involucre si ella solicita una opinión o apoyo.
Nueva contradicción: La mujer lucha por los derechos que le habían sido negados por siglos y al mismo tiempo quiere mayores consideraciones y preferencias.
Las feministas a ultranzas y las mujeres que simplemente tienen el privilegio de ser mujeres (porque eso sí, siempre serán más misteriosas y hermosas que los hombres, gracias al cielo que existen) deben de meditar, reflexionar mucho sobre estas contradicciones que, en ciertas circunstancias pueden o deben matizarse o intercambiarse según el caso, y en otras asentar muy bien si en verdad se quiere asumir la responsabilidad total de tener un trato igualitario.
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Eres un lunático con pensamiento, GRACIAS.