“La política: del griego πολιτικος (politikós) «ciudadano, civil, relativo al ordenamiento de la ciudad»”
Política es aquel ejercicio primordial en su entorno que consiste en lograr acuerdos mediante el uso y abuso de la palabra. Se privilegia la palabra oral sobre la escrita. Y esta solo se presenta en cuanto sus formas cuidadas hasta el paroxismo, no se comprometan a nada concreto. Oralmente (hacia adentro) sirve para ponerse de acuerdo, escrita es un rosario de abstracciones.
La política se cuida las espaldas siempre.
La política es sofisticada en tanto que presenta una elegancia poco natural, no es compleja sino complicada y esta es su naturaleza.
La política se sirve del abuso del lenguaje. Lo viola, lo manipula y echa a perder significados banalizándolos. Porque para la política el lenguaje es solo instrumento y como sus actos, no le tiene respeto.
La política es banal, es superficial. No es su propósito profundizar sino aletargar.
La política funciona mediante un conjunto de técnicas, procedimientos, formalismos, procesos y/o sistema que tienen como fin aplazar las acciones más que apurar su implementación. En la lentitud está uno de sus mayores poderes. Porque presentada hacia afuera, hacia las masas, desespera, cansa, ayuda a que sea desperdigada en la memoria, ya que su entramado y acción real se lleva a cabo bajo ese escenario.
La política hacia afuera busca que se disuelvan las ideas, por dentro, con las que se hayan apoderado, van andando paso a paso hacia sus beneficios, exclusivos para los políticos, no para la gente.
Política es la cortesía extrema hasta grados increíbles, o sea, de no creerse, de nula credibilidad; pero que, sin embargo convence. Siempre la cortesía, las promesas y el ofrecimiento de futuros promisorios convencen. La política es el reino del dechado de halagos insinceros, de los reconocimientos que se obtienen mediante elogios y favores. La Política devuelve el favor haciendo favores. Es negocio, es negociar, es trocar, es transar.
La política no busca la verdad, no es su misión. La política busca obtener victorias para un bando llamado partido con el fin de que sus individuos se acomoden en escalafones más altos de privilegio y poder.
La política busca ejercer el poder. Busca el control de las masas. La política necesita no tener escrupulos para poder ser.
En la política hay ceremonia y respeto (que es más bien temor) hacia los semejantes políticos, no importando que sean contrarios. Pero carece de toda consideración cuando es necesario para sus fines apartar, nulificar o destruir a alguien de menor grado.
Con sus excepciones, en general entre políticos del mismo nivel, sean del mismo o distinta ideología o partido, jamás se destruirán, incluso se defenderán. Pese a que sus debates, presentaciones de cargos y descargos, apariencias de análisis, pueden llegar a ser acalorados, fuera del teatro que es la Cámara o el recinto donde son reunidos a discutir, la condición de cortesía extrema y artificial tolerancia es parte de su naturaleza.
El político disfruta las discusiones. Política sin discusión y pelea verbal no es política. Pero siempre se queda en ese nivel pues el objetivo de la política es evitar aterrizar puntos concretos sobre la mesa.
En política los detalles de un acuerdo se llevan a cabo fuera de la esfera supuestamente señalada para ello (las cámaras, oficinas, salas de juntas). Las negociaciones se realizan a la hora de la sobremesa, en un bar, en un campo de golf y entre menos presentes mejor.
La política es llevar la corriente, dar el avión, te da por tu lado. Jamás expresa con claridad realmente sus intensiones ni tiempos ni maneras. Simplemente así es.
La política nada tiene que ver con la cercanía al pueblo en el sentido altruista. Llegan a este como consecuencia secundaria de los negocios que ellos realizan. Necesitan una pantalla pues sus negocios no son limpios.
Los políticos nunca pierden, aunque estén enfrentados, entre ellos, siempre se llevarán una ganancia. Por ello es cierto cuando dicen que en una contienda “nadie pierde sino todos ganan”, “ganamos todos”, “llegar a acuerdos”: los políticos, aunque aparenten dirigirse a las masas, siempre tienen como reales interlocutores a los políticos.
Los políticos usan el “nosotros” de manera real cuando se hablan entre ellos, pero al dirigirse a la gente ese “nosotros” aparece como una supuesta inclusión de la comunidad toda en los planes. Y sí están incluidos pero únicamente como medio para que ellos obtengan sus fines.
Los políticos tienen que ser buenos negociadores. Siempre hayan el beneficio en cualquier empresa. Los políticos aprecian los tecnicismos y al mismo tiempo las vaguedades; todo aquello que confunda el mensaje.
No es de un político ser claro o sincero y al ser la política un campo de negociaciones en donde es vital hincarse ante unos y pasar sobre otros, sin que nadie (de ellos mismos) se quede sin nada, no puede ser honrado.
Hacia las masas, sea cual sea el medio de información que utilice un político siempre dirá lo contrario de lo que realmente acordó con otro político. Comenzando con que no es su primer fin ver por el bien de la sociedad.
El primer objetivo de un político es tener poder, gozar de privilegios, tener riquezas y siempre servir al superior no importando ser él mismo humillado, denostado o ninguneado. Es parte del ascenso, pero siempre un político deberá hincarse ante alguien más.
El buen político no se muestra descortés ante el llamado pueblo. Al contrario, para un buen político cada ciudadano es un voto potencial. Oye siempre, pero difícilmente escuchará a menos que entrevea un beneficio para su partido. El mal político ve primero el beneficio propio. El buen político está incrustado en la estructura de su partido, quiere estarlo, lucha por ganarse mayor reconocimiento; por ello, para el político profesional es real cuando dice que sigue las instrucciones, estatutos, mandamientos y reglas de su Partido.
El verdadero político tiene como autoridad máxima innegable, incontrovertible, indiscutible al Partido. Concepto que carece de rostro, de nombre personal o de apellido. Es EL Partido.
Un político en efecto no es nada sin el pueblo o sin ciudadanía que lo respalde. Por ello el buen político busca hacerse del respaldo popular e indaga en mecanismos que aseguren su lealtad. Y la lealtad más duradera es la que se aprovecha de la necesidad de los demás. Para el político no es un sin sentido, no es crimen ni falta, es simplemente un mecanismo que les ayuda a obtener las victorias que requieren frente al adversario. Pero tampoco es la primordial meta de los políticos medianos acrecentar el número de lealtades compradas. Por ello existen (sobre todo en México) partidos políticos que a las claras no se les ve pinta alguna de “querer ganarse al pueblo”, y se abocan a mantener su situación de privilegios. En política la lealtad es hacia el jefe y al partido; las victorias y derrotas se miden, se festejan o se sufren, en tanto que la cabeza y/o el partido obtiene más beneficios. Existe en México un partido que tiene como fin casi vital detentar el poder, lo cual significa a toda costa. Y existen “los otros” partidos que se sienten más agusto recibiendo los beneficios abajo. Como en la política “no hay perdedores”, en efecto, los partidos “de abajo” reciben su parte generosa de privilegios, dinero y su coto de poder opuesto.
Contradictoriamente, para que el partido mayor prevalezca requiere de oposición. Pero esta es solo parte de la Representación. Porque la política necesita generar confusión, para que los temas verdaderos queden ocultos o desapercibidos por los ojos de la ciudadanía. Los partidos, por lo menos en México, no son realmente de oposición. Fungen principalmente como atribulantes del entorno social, ya sea en pensamiento o en acción. Esta representación teatral ha terminado convirtiéndose en su segunda naturaleza, por ello no existe voluntad ni iniciativa sincera de abarcar más poder, de estar en contacto con mayor número de ciudadanos ni de transmitirles su pensar y su misión.
Con más razón en este tiempo en el que el significado de izquierda o derecha ha perdido sentido. Son palabras huecas. Los partidos políticos se rigen solo por los privilegios de los que podrán gozar.
De igual forma, al mantener centralizado el poder en un distrito Federal, la percepción de lo que sucede en México se fragmenta. Permitiendo que, básicamente, tres sean las únicas ciudades con un mediano nivel cultural y ventana cosmopolita para dejar el resto del país en una nebulosa que también, va separando más la pequeña clase acomodada de las mayúscula clase baja.
Los partidos políticos de abajo son satélites del partido mayor: trabajan para él, para sotenerlo y en sus supuestas oposiciones lo legitiman.
En México, la más grande representación de la política sucede cuando es época de elecciones presidenciales y/o gubernaturas de estados. Pero para los políticos es solo eso: una representación, porque el real ejercicio de repartición de poderes y privilegios ya se llevó a cabo antes de todo ello. Claro que no todos son convidados a la cena de los planes específicos, pues es necesario enardecer su llamada pasión y enardecerla en los adversarios y derramarla hacia los ciudadanos: la confusión, el embotamiento de los sentidos y la minimización del estímulo a una actitud reflexiva, pausada. Por ello, probablemente el órgano de mayor control sobre la población es el educativo. El otro es el entretenimiento.
Porque necesita de formas, de La Representación, la Política es el espectáculo más grande y eficiente (pobre intelectual y culturalmente hablando) que ha visto la humanidad.
Juego de espejismos, juego de póker, práctica de las apariencias, carnaval de promesas hacia afuera y compromisos que se cumplen hacia dentro, ambiente de máscaras, oasis para el disimulo y la superficialidad; red sofisticada, mecanismo de control; política, campo minado, terreno de los astutos y los más terrenales. La política es el oficio del mareador, del encantador: Política se llama la serpiente.
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Eres un lunático con pensamiento, GRACIAS.