Que el poeta por el hecho de serlo ya se fastidió

Bien, la cosa está así:

Que el poeta necesita haber entregado su corazón a la razón de su dislocamiento, a su sinrazón.
Que el poeta irremediablemente, imposible no hacerlo, necesita pringarse de veneración hasta lo más profundo por ese ángel que parece indiferente a él y a sus palabras de aire.
El ángel aletea y mira al horizonte fingiendo no ver al poeta. Pero lo ve, siente su presencia.

La cosa es que el poeta debe de tener ese grado de desangramiento del alma para brindarse al amor, a su idea de amor, a su ideal de amor.  

Este puede tener distintos rostros durante toda una vida. O bien, puede que ese ángel haya sido único, se haya ido y el poeta solo se queda buscando en todos los rostros otros aquel que pertenece al de su ángel.

Osea, que es una friega. Que el poeta que ama y lucha y moriría por la libertad, adora su esclava situación frente a la culpable de estas letras que se quedan en los sembradíos de los que pudo ser, fue (tal vez una centella de tiempo, sin embargo instante eterno) y jamás volverá a ser.