La tentación del Poder es avasallante, es como sentirse el mar picado con olas de veinte metros sin piedad arrasando con todo nada más por el hecho de que hay cosas que no son de nuestro agrado. Qué grandeza, rara grandeza, se requiere para ser un rey magnánimo, un humano con poder pero que se esfuerza por no extralimitarse en ese poder.
Desde niños ese gozo por destruir lo que hay a nuestro paso, imaginar que devastamos a miles como oscuras acequias, sin percatarnos realmente de lo que estamos haciendo, nos abraza probablemente durante toda nuestra vida. Las normas sociales, la ley, la instrucción moral (que antes era materia en las escuelas de México) y la educación en el seno familiar nos ayudaban a contener ese impulso por destruir al otro que con o sin razón nos causa incomodidad.
En las mañanas, ya desde las cinco y media o seis, puesteros de alimentos para engordar no solo instalan sus productos para la vendimia sino bocinas de tamaño atemorizador que colocan, ellos muy ufanos, frente al público (así ellos no reciben los altísimos decibeles) con una música que yo, salvo en raras excepciones, rarísimas, no encuentro disfrutable: cumbias, salsas, huarachas, mariachis, tex mex, corridos...voces agudas, cantantes que no cantan sino berrean, música que no es música...en verdad he pensado que si tuviese poder mandaría eliminar todo rastro de eso que ellos consideran buena música. Un reto para practicar la tolerancia, osea el aguantar lo que no nos gusta.
Sí, tolerar, no nos hagamos, es aguantar. No hay de otra más que aguantar aquello que no nos gusta porque si optásemos por combatirlo podríamos terminar en la cárcel o muertos.
Ciertos locutores en la radio que quisieras mandar al paredón. Todos los políticos y sus formas tan asquerosas de ser. Artistas presumidos o envidiados. Premiados según nosotros injustamente, inclinaciones sexuales, colores de piel, gente obesa.
Yo amanecí al año nuevo con una sincera repulsión hacia la gordura. Comenzando con mi sobrepeso me decidí bajar al correcto, sano y con ello aprender de nuevo a disciplinarme. Reconozco que encuentro muy desagradable a mujeres gordas que visten con mallones entallados con las lonjas desparramadas, las greñas mal entintadas y su vociferar peladeces sin ton ni son, porque ya son poderosas, porque la mujer tiene los mismos derechos de ser peladas y nada femeninas.
Pero el antidoto, nimio, viene cuando me esfuerzo en tratar de comprender o hallar razones: es que el pueblo mexicano sufre de obesidad por depresión, porque somos los oprimidos, porque somos adictos a las azúcares, porque la Coca Cola es el elixir adictivo que nos ayuda a soportar una jornada con esa azúcar que no podemos dejar. Porque el mexicano ama el pan y no quiere pensar en la auto contención.
Porque no hay recursos económicos suficientes para comer sanamente hay que recurrir a lo más barato (lo más a la mano) es el pan, las tortas, las gordas, las quesadillas, los tacos. Porque no podemos evitar consumir fruta con toneladas de miel, crema chantilli. Hasta en los alrededores de los hospitales vemos un sinfín de batas blancas obesas engullendo grasas extralimitadamente...y fumando.
La droga de la azúcar, que se encuentra en casi todo alimento, incluyendo los Light, los Sin Grasa, incluyendo bebidas alcohólicas. Nos preocupa la marihuana y la azúcar va a terminar con los mexicanos en algunos años: diabetes, amputaciones, muerte. Sin hablar de las dolencias cardiacas.
Porque somos un país triste. Hermoso país pero triste país.
Me veo en el espejo y me digo: tú tienes sobre peso, ¿de qué te quejas? Y me fijo la meta de no ser así, de no ser como los demás, como la mayoría: México, el reino de los obesos. Ocupando más espacio en el Metro, en los autobuses, en la calle.
Odio la obesidad por los pedos continuos, porque la gente no se inmuta de pudrirse en gases dentro de la cama y con pareja al lado, oliendo lo echado a perder, lo desechado por el cuerpo. No soporto ni mis propios gases. Por eso opté de nuevo por recuperar mi peso y en tiempo que llevo, voy para dos meses, me he librado de intensos olores desagradables en la medida de lo lógico. Yo soy de los que, cuando tienen la necesidad de soltar un gas se aguanta, como se puede aguantar defecar u orinar, hasta llegar a un baño.
La otra medicina para combatir mi intolerancia es pensar que son enseñanzas para mí, también que debo aprender a desconectarme y sentirme bajo un castaño solo aún en la mitad de la barahúnda.
La otra medicina es ese remordimiento que me asalta casi de inmediato: "Por qué me creo superior a los demás? Por qué esa insistencia en sentirme mejor que los otros? Lo sea o no, esa actitud, si se manifestara frente a la gente, es indigna.
La vida es la cuerda de Walenda, sujeta de los extremos de dos rascacielos, sin red de protección. Vamos meciéndonos con el reto de mantener el equilibrio y con varias pelotas malabareando. Las pelotas representan tus sueños, tus necesidades materiales, tus fracasos amorosos, tu enamoramiento nuevo, la familia, las pérdidas...
La mente debe estar en movimiento, lo está. No está quieta. Y es un deber estarnos vigilando constantemente.
Sé que para la mayoría de los seres humanos esto sonará a una locura.
Por eso no convivo mucho con ellos.
Y vuelta a mantener el equilibrio, siempre tambaleante.
Ay, Vida.
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Eres un lunático con pensamiento, GRACIAS.