Desde la LUna

Tu planeta llamado Tierra (¿por qué no le pusieron Agua?) se ve de la siguiente manera...bienvenid@

Friday, October 28, 2011

la inefable imperfección de los perfeccionistas


Es ya lugar común oir en diversas áreas laborales o en las relaciones personales de alguien que presume de ser perfeccionista. Una autocondena.

Lo perfecto podría ser un ideal y como tal es imposible. El perfeccionista no se manifiesta como alguien que anhela la perfección, que se esmera en ser mejor cada vez, sino que se torna esclavo de una idea que solo él cree: que es ya perfecto, y por ende los demás no.



Una cosa sería el muy loable esfuerzo de hacer las cosas lo mejor posible, casi perfectas, en pos de tener una cima aún más alta. Es positivo tener una meta grandiosa, pero no lo es el creer que se es infalible. A menos de que se quiera morir en vida pues si alguien llegase a la perfección no tendría ya nada más que vivir porque no hay nada más qué aprender.


La búsqueda de la perfección implica la actitud de discípulo en la vida, de querer aprender más para mejorar. Si se es perfeccionista, generalmente, la actitud es de "yo lo sé todo, tú no". Un perfeccionista vuelve atribulada su vida porque no quiere vivir. No quiere aprender.

Este enredo ata a los perfeccionistas y genera una frustración que abarca a aquellos que están a su alrededor. Se produce dolor.

El perfeccionista ahora se vuelve el perfeccionador cuando él no es perfecto. Entonces impone sus órdenes y depuraciones con actitud tirana porque “las cosas deben ser así”. ¿Y qué debe ser realmente? Es probable seguir un reglamento en el trabajo, un sistema que ayude a hacer las cosas bien, sin errores, pero cuando esto se insiste en Imponer al ámbito de las relaciones interpersonales, y más precisamente al territorio del amor, se asegura su imposibilidad, su fracaso, su frustración. El círculo cerrado.

Los perfeccionistas no buscan la perfección, no son alumnos que estén atentos en su aprendizaje, son personas que ya se creen perfectos y se la pasan corrigiendo a los demás. Pero, bien mirado, los perfeccionistas son los menos perfectos y quienes menos disfrutan vivir.



Ellos se imponen un reglamento riguroso e inamovible en sus áreas laborales, y está bien, pero generalmente ellos no se imponen esas correcciones cuando se trata de relacionarse, sino que buscan “enseñar imponiendo” y no con el ejemplo. Generalmente hablan más de lo que debe ser y no, pero raro es que lo demuestren con los hechos. Y la perfección no habla, simplemente es. Y no es humana.

Una cosa es la valiosa búsqueda de la perfección y otra la obsesiva imposición de reglas que solo son personales, que no tienen una base empírica y que, en vez de abrir horizontes a una persona, se las clausura.

Obsérvalo tú mismo. Observa a quienes se vanaglorian de ser perfeccionistas (porque se vanaglorian, no es ataque). Observa todos los errores que cometen. Uno, que quiere hacer las cosas con esmero y bien, pero que no está atado al estigma de que “tiene que ser perfecto” comete innumerables errores, pero no sentimos esa tiranía ni con nosotros mismos ni con los otros.

El perfeccionista es el más imperfecto porque está frustrado de no serlo. Cuando llegamos a conocer a alguien que percibimos como pleno, como agusto con su vida, tal vez no lo calificamos como perfecto, pero nos inspira su forma de ser, porque al final vive. Simplemente vive.

El ideal más alto y considerado como perfecto es Dios. Para quienes profesan una fe, Dios es lo inalcanzable. Nadie planea ser igual a Cristo, pero, si es honesto consigo mismo y su fe, se esmerará en seguir su ejemplo.

Si fuesemos a intercambiar impresiones podríamos incluso atrevernos a cuestionar la perfección de Dios. Pero de una cosa estamos seguros: la perfección es impersonal, es indiferente porque ya es…si es que es perfecta.
Calificamos a la Naturaleza como sabia y perfecta. Y tampoco lo es. Pero sin duda nos rebasa de tal manera que jamás podríamos alcanzar su nivel de perfección.



Los perfeccionistas generalmente se irritan constantemente, regañan, se quejan. Se quejan mucho los perfeccionistas porque todo está mal, porque nada funciona como ellos dicen que debe ser. Son pocos los perfeccionistas que viven con tranquilidad. Ellos mismos crean su red de fracaso, porque muy dentro saben que jamás lo lograrán. Lo malo es que se llevan entre las patas a otros y no lo atraviesan ellos solos. Los perfeccionistas son las personas que tienen más miedo a la vida.

Los perfeccionistas en realidad tienen mucho de conformistas. Pero, mientras el conformista está conchudo y plácido sabedor de que las cosas son como son y no hay nada qué hacer, los perfeccionistas hacen circo, maroma y teatro para volver al punto de partida: nada es perfecto y estoy enojado porque no soy perfecto…pero vuelven otra vez a la carga.

Los perfeccionistas casan con personas que, en principio, se deslumbran por ese ímpetu, por esa  disciplina. Y es cierto, pueden tener atributos maravillosos. Pero, todo se comienza a desmoronar cuando no se vive sino que se sufre su desesperación y cotidiana desilusión.

Es muy difícil que un perfeccionista sepa amar, porque generalmente estas personas tienen otra amarra: son egoístas. Su capacidad de compartir es casi nula. Para ellos compartir es someter y todo tiene una condición pues esperan ser siempre reconocidos...adorados (como un dios de barro). 
Los perfeccionistas están hambrientos de reconocimiento. Por ello, algunos desarrollan otras manifestaciones poco gratas: la envidia, el rencor.

Un perfeccionista podría tener lo que él o ella crea es amor mientras el sometido lo tolere, eso sí. Al final, el amor es una idea también, una ilusión y bien se puede aceptar vivirla o no.
Es difícil que el perfeccionista dé algo desinteresadamente, es difícil nada más que dé algo. 

Pero eso no quita que el perfeccionista siempre vea el punto negro en el muro blanco. Hay perfeccionistas que sí se dedican a intentar corregir el mundo, hacer algo. Comúnmente son excelentes en su trabajo. Y se agradece. Sin embargo, es en la vida personal donde todo se va al traste.



Ser perfeccionista hoy en día es un lugar común. Casi cualquier ejecutivo o ejecutiva de una empresa, si tiene un cargo importante o incluso se encuentra en la base de la pirámide, responderá que es perfeccionista, incluso reconocerá que es obsesivo. También responderá que sí, que el trabajo le absorbe, que no tiene tiempo de nada, mucho menos de relacionarse. Y en la prisión de su propia condición sufre las consecuencias de su imperfección.


Los perfeccionistas bien pueden tener estudios universitarios, un oficio o nada. 

Los perfeccionistas, francamente, son odiosos. Es difícil tolerarlos. Los aguantas porque te sientes inferior, lo aguantas porque es tu jefe y paga tu sueldo (te sientes inferior), la toleras porque dices que la amas (te sientes inferior).


Quienes se relacionan con un perfeccionista son todo lo contrario: creen que no valen nada, que nada se merecen y que la sumisión les traerá la redención. Por ello, se postran ante alguien que aparece como maestro, como guía, como reflejo de padre. Ambos embonados en su versión de fracaso y sin posibilidad de salir. El tirano existe porque existe el mártir y la víctima.

Quién sabe si exista lo perfecto. Tenemos ideas, tenemos ideales. Existe lo muy bien hecho, existe lo hecho como debe ser, con esmero, con dedicación. En cuestiones mecánicas probablemente podemos encontrar infinidad de ejemplos que rozarían lo perfecto. Pero, como seres humanos, me parece que incluso “ser perfeccionista” es no una virtud sino un letrero que traducido quiere decir: “sufro”, “me da miedo el mundo”, “me da miedo abrirme, entregarme, simplemente ser.”

El inefable perfeccionista es el más perfecto frustrado.


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Eres un lunático con pensamiento, GRACIAS.